Costa Rica: Sociedad AnónimaDe la injusticia, lo justo y lo injusto tengo mis propios preceptos e ideas; quizá, así de sutil es el engaño, muchos de ellos no sean resultado directo de cavilaciones personales prolongadas o diatribas contra —que no con— mi alter-ego, algo inconforme, y terco como mula (esta última personificación, admito, empleada a priori y sin ningún fundamento particular; de llegar a realizar el correspondiente experimento con una mula voluntaria —cosa nada sencilla de lograr— prometo mantenerle actualizado/a) sino de —estimo— opiniones comunes, no por ello válidas o erróneas, sobre tópicos innumerables. En cualquier caso, y sea por el móvil que sea, mi posición x con respecto a un motivo cualquiera y interseca en una idea x,y la cual, si bien pudiendo desplazarse por las abscisas o crecer por las ordenadas, decide mantenerse fija; sólo, talvez, variando en z que, muy a propósito, representa la profundidad.
Con pizca alguna de perspicacia pudo usted ya percibir la tesis que, hasta ahora, sugiero; de no ser así, se la transcribo textualmente (a la vez que trato de disculpar mi irrespeto hacia Vd., lector, enfrentado a mi poco clara sintaxis): tolero cualesquiese opiniones, siempre y cuando éstas no interfieran con las mías. No es egoísmo, es una actitud.
Podría, de querer y deber, explayarme más en mis motivos; no obstante —como de costumbre— se cumple a y no be lo cual, todavía queriendo, me imposibilita actuar respecto al segundo término.
Ahora, no por lo anterior tendré —obligatoriamente— que perder objetividad en mi análisis; más bien, es mi firme objetivo, no ver entorpecido el presente relato con distorsiones de la realidad. Como en otros, procederé con milimétrica cautela… bueno, al menos de eso se trata.

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Viendo como, profusamente, se trataba de tergiversar la esencia misma de una institución —porque más que herramienta, es lo que dije— del derecho mercantil costarricense; inclusive tutelada, aquélla, por una de nuestras leyes más vanagloriadas (Código de Comercio, se le dice) y todavía sin querer obviar el carácter no personalista —capitalista, por fuerza, sin que ello englobe su poco agraciada conceptualización— no pude menos que disgustarme —bueno, más que disgustarme, contrariarme— con el título que se le dio a la obra vista: Costa Rica, Sociedad Anónima.
Rápidamente argüí que de haberse querido titular algo así como: Costa Rica, Sociedad en Nombre Colectivo, los intrépidos (valga el calificativo) productores del film se hubiesen tropezado con una dificultad tortuosa e ineludible: las sociedades en nombre colectivo se designan mediante una razón social, esto implica que dicha razón estará conformada por el nombre y apellidos, o sólo los apellidos, de uno o varios de los socios. Es decir, tendríamos un vinculativo y —para algunos— concientizante Arias, S en CS.
Supuse, asimismo, que de quererse conformar una sociedad en comandita simple, aparte del citado escollo de la razón social (que igual aquí aplica), el principal inconveniente fincaría en un posible, e inusitado, número de socios comanditarios, al par que pocos serían los comanditados. Esto por cuanto, aquéllos, limitados a la aportación de capital (activos) y sin ser gestores de la sociedad, únicamente se interesarían por los dividendos. Mientras, los otros —los comanditados—, siendo los encargados de aportar capacidad empresarial, ideas, intelecto y en resumidas cuentas trabajo duro serían los menos. Lo anterior valiéndonos de aquel viejo axioma que sugiere que el dinero genera dinero, tal como se puede observar en múltiples casos. No se citarán, pues se hace innecesario.
Las dos opciones restantes en materia de sociedades mercantiles, la Sociedad de Responsabilidad Limitada y la Sociedad Anónima presentaban ciertas características que las tornaban viables —esto es relativo— para funcionar en el particular: en ambos la responsabilidad societaria es limitada al capital —siempre, el vil metal— y ambos prescinden de razón social obligatoria.
No obstante —evito más divagaciones— mi disgusto provino de la acidez —creo que así se dice— que se le confirió al susodicho enunciado. En todo caso, ya desde el comienzo —y sólo sabiendo el título—, la objetividad comienza a difuminarse; y ello, créame, es cosa de cuidado en tiempos modernos.
En esta ocasión evitaré las claras y sólidas delimitaciones entre opinión, hecho, realidad y estudio asignado; optando, cabe indicar, por un estilo narrativo poco más sesgado y oscilante, pero espero que no por ello espeso: dejémosle eso a Grass o a Musil, que yo sólo trato de explicarme.

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Existe una delgada línea entre la cordura y la insania, llamada razón. Más allá del llano proceso analítico-teórico, dicho límite nos dota de mecanismos alternos que nos permiten vivir en uno de los dos lados, para luego regresar al otro. Ésta vendría siendo la única forma de entender falacias de forma como las que nos sugiere CR:SA.
El problema asoma cuando se nos dice que los labriegos sencillos de antaño, hoy post-púberos bilingües con delirios de snobismo se dedican ya no a la siembra y cosecha del grano base de la infusión adictiva, sino a la producción sistemática y cuidadosa del plaquitas de sílice de dos centímetros que —a la postre— servirán para compilar, en fracciones de segundo, la posición real de un objetivo móvil, acorde con la ulterior aproximación uno a diez de la mirilla teleobjetivo del joven Jake Larsen —insigne piloto de la USAF— en aquel momento al mando de su cazabombardero. En este caso, Larsen no es bilingüe, después de todo el mundo entero habla su idioma (la aseguro, no dije nunca esperanto) ni —ciertamente— se preocupa más que por las medallas que ostentará la solapa de su traje en unos años; en cierto modo, número directamente proporcional a la cantidad de objetivos destruidos… con ayuda del sílice, claro.
Así de claro y proporcional me pareció el uso de las cámaras; que ni se movían mucho ni movían mucho a sus personajes. Sin temor a equivocarme, podré llamar incluso elegante la composición; que, si bien, eventualmente perdían la secuencia , la recobraba a la siguiente ocasión con el salvador subtítulo o la antiquísima toma del gag monocromo.
Sugerir siquiera la participación de REMEC, y peor aún de sus renovados labriegos sencillos, en la creciente carrera armamentista estadounidense (¿?) sería hilar tan delgado —y mal— que provocaría análogas replicas visiblemente risibles: si las prendas maquiladas en nuestro país llegasen, por azar del destino, a cubrir las forjadas carnes de las tropas verdes de infantería sobre Iraq/Irán (que más da un diacrítico sobre la a y otra consonante) podríamos, en nuestro no muy sano juicio —volvemos al límite definido—, deducir que el ejército de madres de clase media-baja que las confeccionó preferirían que mueran niños iraquíes/iraníes a niños costarricenses, muy probablemente sus hijos; y que, de nuevo me valgo de falacias, dicho apoyo sería contraproducente a esa utopía mágica de la paz mundial. Sí, lo hago como pregunta retórica, pero no por ello incontestable.
La ironía es sostenible, agraciada y relajante —a la vez que buen recurso expresivo—; pero no por ello educativa. A mi humilde ver, jamás se le podrá llamar a CR:SA documental; viajando sobre la raíz que no ostenta (documentar es justificar o probar con documentos, no con opiniones) vemos un trabajo investigativo inteligente y bien elaborado; claro que dignificado más por los investigadores que por los investigados (los de la causa, muy bien elegidos; los otros, en lo absoluto). Los últimos, por desdicha, parcializaban su opinión a tal ultranza que acababan perdiendo credibilidad.
Otra cosa que se perdía, sugerimos antes, era la continuidad del encuadre (más que continuidad, hablemos de homogeneidad entre éstos): tanto se presentaban tomas sobrias y bien iluminadas de personajes —a buen ojo avizor— versados en lo que a fracasos comerciales y motines estudiantiles refiere; como, con cierta inconsistencia, primeros planos soeces y poco agraciados de una aspirante a negociadora internacional —¡carajo!— que, se dice como es, no alentaba estéticamente el garbo que un acuerdo de tal magnitud debería, como sus artífices, alcanzar.
La obra trata de estigmatizar las algo (bien: mucho) inconsistentes aseveraciones de nuestro, por fortuna, señor expresidente Pacheco; no obstante lo hace con tal saña y desfachatez que lleva a molestar al más tolerante. Pasando por alto las decisiones estratégicas echadas para atrás por presiones multilaterales, en lo personal, creí acertada la decisión de apoyar una coalición contra el gobierno del señor Husein; más por la posible ayuda tangencial que se pudiere prestar (poca), por simple e interesada estratagema: Quod autem isti dicunt non interponendi vos bello, nihil magis alienum rebus vestris est, sine gratia, sine dignitate, praemium victoris eritis, me enseñó hace unos tres años Maquiavelo.
Pero para no avergonzarme más con la adhesión retirada (que técnicamente no demuestra más que la poca convicción y precisión de  nuestro, por suerte, hoy expresidente) paso a otro punto que igualmente disgusta: la presencia de intereses.
Dice un viejo aforisma jurídico que no se puede ser juez y parte, dicho axioma, eso sí, pareciera ser desconocido por el director de CR:SA. En primera, porque los testimonios y entrevistas realizados se encuentran notablemente distorsionados a favor de uno u otro grupo: los detractores del CAFTA dicen que nuestra nación está bien tal cual está —si ellos dicen…—, argumentan que el sector eléctrico es emblemático (por suerte no hablan de telecomunicaciones e Internet), que Bush, hijo, es poco menos que el mítico engendro hijo de Belcebú, que en las calles está la soberanía y que Osquitar, no Oskar, nuestro Señor Matzerath, es el perro faldero del imperio del norte. En segunda, tenemos a una joven robusta de buena posición y salario acorde; o a un señor, adulto joven, de irreverente aspecto, micrófono en mano y ágiles movimientos que, aparte de trocar q o k —que La Academia, supongo, admite ambas— por n, trataba de reflejar tal dominio escénico —que no poseía—, autocontrol y conocimiento —que tampoco le sobraba—dirigiese a sus escuchas tal si fuera dueño y dador de la verdad. En todo caso, las ideas no variaban mucho: el CAFTA beneficiará casi a todos, y a los que no, les dará trabajo; la panacea mundial al comercio injusto se llama libre comercio, primigeniamente sugerido por un tal A. Smith que hablaba de manos invisibles; y claro, el país más beneficiado en las negociaciones fue el nuestro.
De este modo, como vemos, los que saben lo hacen con lo que les interesa y dejan de lado lo que o no les gusta o no les sirve; a la vez que los que no saben creen que TLC es Tribunal Supremo de Elecciones (por mi propia dignidad, prefiero figurarme que la señorita interrogada no escuchó bien la pregunta).
En cierto modo, el Tratado de Libre Comercio es como la física cuántica: el que sabe, sabe; el que no, no tiene que (como en la alquimia)… y lo curioso es que dicha privación no se debe a la negación de la información, sino a la aceptación del desinterés. Este último no aceptado valientemente por nuestra sociedad costarricense, sino oculto entre tanto aparentar saber, o por lo menos, querer poder hacer; que con la luz roja parpadeante la lengua se deja decir y explicar… y es que, para algunos, las cámaras no están hechas para hablar, sino para cantar, bailar o recitar (de memoria que la inventiva es privilegio de pocos).
Ya que hablamos de cámaras, es conveniente rescatar la ausencia de actores en la obra, sobre todo por dos motivos: uno, las entrevistas —más que sustanciosas— eran vívidas y directas (nada de recitales); y dos, la interpretación no actuada (o la simple carencia de actores, en su sentido amplio) siempre es bien recibida por los espectadores, sobre todo por los más intransigentes.
Por otro lado, el enfoque dado a los monopolios tanto públicos como privados me parece sumamente original, pero algo torcido: sugerir que sí el monopolio va a se ineficiente (nótese el fatalismo), será mejor sea público que privado, se hace absurdo. No tanto por el espectro patriótico que rodea la sentencia, sino por el firme deseo y afirmación de la no subvaluación de resultados por ideas clásicas erradas. La optimización de los procedimientos será, por mucho, factor decisivo para la existencia de objetivos. No es elegir entre el mejor de dos males, sino entre el mejor de ninguno. Obviedad, se le llama.
No queriendo extenderme más en el relato de mis memorias, más que por ocio o pereza, por consideración al lector, finalizaré le presente pasando por alto algunos tópicos de importancia para la comprensión, básica, del tema en discusión.
Resultó interesante, por lo menos para mi persona, darme cuenta —luego de concluido— que el presente texto, más que de compleja estructura (que no la tuvo) se me hizo difícil de componer. El motivo, como el escrito, no se deja ahondar con facilidad: sin ser cine propiamente (drama, comedia, musical, etcétera) ni documental objetivo (que no lo fue) estuve en deber de considerar más que lo mostrado o percibido —aún de tácita manera— para llegar a redactar. La obra gustaba —menos ese aberrante título—, y tanto nos hacía reír como querer llorar. Por supuesto que existe la opción de sólo contemplar y carcajear poco, que fue la que yo implementé.

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Por sobre mis reflexiones —más bien pocas— personales, las externas sesgadas y las terceras convencionadas, están —en primer lugar— las reales, las demostrables mediante ejecución: experimento y error. Claro que la “primera opción” de un estadista no podrá ser el ensayo y la falla (por si acaso: si no sirve a la primera, que no quede prueba del intento); donde dicha táctica podría resultar en desempleo, hambre, división, violencia, insurrección, recesión, etcétera. Todos ellos, a la postre, factores reversibles, aunque no con facilidad.
Sugerir opciones sería lo mínimo que algunos me exigirían; pero no lo haré: la objetividad se pierde con facilidad, y yo no quiero seguirlo demostrando ante usted.
Y es que viendo la realidad, como me gusta, en frío, todavía hoy muchas personas creen que TLC significa Trabajo para Los Costarricenses (el de Tribunal Supremo de Elecciones no me lo quiero tragar), que Albino Vargas y Fabio Chaves son acérrimos paladines de la soberanía popular y las instituciones autónomas, que RECOPE refina —en serio: refina— petróleo, que los intereses comunes superan los particulares, que el seis de junio de dos mil seis un diluvio debió mandarnos al cuerno a todos, que J.K. Rowling supera a Shakespeare, que Picado —y no sir Fleming— descubrió la penicilina, que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, que el cigarrillo no mata, que Pablo Picasso era italiano (haga la prueba con jóvenes de dieciocho años o menos; aunque aún algunos viejos, lo he comprobado, caen), que Calderón de La Barca era un marinero, que los cheques de viajero se retiran en cajeros automáticos (créame, yo lo presencié), que cine es sinónimo de Holywood, que los mentalistas no son farsantes, que los hombres no lloran, que MacDonald’s vende buenas hamburguesas, que el sexo fuera del matrimonio es pecaminoso, que regalar rosas es cursi, que Mac es mejor a Windows, que el hoyo en la capa de ozono no es problema serio, que Ortega y Gasset son dos, que el hipo se cura pegando —con saliva— un papelito en la frente, que Papá Pitufo, el Hada de Los Dientes y Heidi existen, que miedo y recato son la misma cosa, que Maradona es Dios, que trece (13) es un feo número, que los gatos negros traen mala suerte, que el tiempo no es relativo, que Michael Jackson es blanco, que el Mar Caspio es un mar —no un lago— y por supuesto, que icnorancia (sic) se escribe con “c”.

RQR

[Nota: esta entrada llega bastante a destiempo, como podrá Vd. notar, sin embargo hace ya varios días quería publicar esta «adaptación» a un ensayo personal escrito hace ya cierto tiempo. Beneficios de βlog personal :)]