¡Viva Dalí!Antes que nada —y para evitar altercados—: no, no hablo de este … and justice for all. A decir verdad, siquiera escucho normalmente a esta banda que, aunque me parece buena (en lo respectivo a ese álbum al menos), no está actualmente dentro de mis principales gustos.

Siquiera, quede claro, trato de hacer que la entrada hable de justicia. Siquiera, aún más claro, trato de moldearla anticipadamente. Justo de eso no hablaré.

A título personal, más que el contenido como tal, se me tiende a dificultar la titulación. ¿Titulación? Creo que el término no va, pero es tarde, ya se escribió. Soy malo, es bueno sincerarse, colocando títulos. Redactar es relativamente complicado, claro, pero no como poner títulos. Poner títulos es de gente común, poner grandes títulos es de gente excepcional, justo acá me entero que pertenezco —sin dejo alguno de pena— al primer grupo. Mi estrategia, como es de esperar, ha sido sencilla pero —según yo— eficiente: redacto antes de titular, luego el título se elige, casi al azar, casi de forma premeditada, una vez que se tiene el escrito, a nadie le importa el título. Quizá por eso, para variar un poco, rompo la norma personal y hago las cosas al revés: titulo primero, escribo después. Lo bueno es, eso sí, que este trabajo no tendrá calificación, siquiera será leído posiblemente, pero estará. Y estar, es lo que importa. Comúnmente, desde luego.

Ocasionalmente se coloca en manos de cada uno de nosotros una balanza. Ocasionalmente, asimismo, se nos permite influir en el grado de inclinación de dicha balanza. Decía un señor que debió llamarse Stanislaw Jarey o algo así —odio olvidar la referencia, pero pasa— que todos somos iguales ante la ley pero no ante los encargados de aplicarla. Esto, además de quizá algo escandaloso para los menos tolerantes, me tiene sin cuidado alguno. Y sí, ya sé que la última línea no tiene un sentido racional claro, licencias que cree uno poder permitirse. Por unos segundos, no muchos que no queremos molestar, le pido que me permita dibujarle sutilmente una situación. Sino lo permite igual lo haré, pero quería advertirle :)

Primero: nosotros no somos la justicia. Digo, referido a lo arriba dicho. Tenemos la balanza en manos, pero podemos influir en que hace dicho instrumento. Por demás aclaro que nunca pienso en la justicia como lo que ahora cito, pero para efectos prácticos, ¿qué mejor? Segundo: Tampoco sostenemos una balanza en manos. Ya sé lo que dije antes, le pido lo olvide ahora. Tercero: La justicia no existe, es un mito ahora desmitificado (siempre quise desmitificar un mito en un renglón). Cuarto: Sí, no tiene absolutamente ningún sentido lógico hacer lo que le solicité —recordemos que solo dibujo una ‘situación’—, pero jamás asumí que buscaríamos sentidos lógicos. Quinto, y por dicha último: … ¡y justicia para todos!

Prosigo. Efectivamente, en este escenario nos enteramos que estamos en labor de distribuir algo que ni siquiera cumple el objetivo de existir. Laborioso trabajo si lo analizamos un poco, pero por dicha no tenemos que analizarlo, no estamos acá para eso. No existe una justicia absoluta, ni acá ni en ningún lado, por ende tendríamos que depender de nuestro discernimiento. No más jueces, no más jurados, no más señalamientos, no más expectativas, no más reglas, no más deberes, no más coerción, no más… ¡un segundo! ¿no más reglas dije? ¿pero qué sería de un mundo sin reglas ni señalamientos? ¿Caos total? ¡Quién sabe! Tampoco es lo que nos preocupa. Bueno, lo que me preocupa, posiblemente pocos habrán llegado hasta acá :) La carencia de reglas, entonces, a razón de la ausencia de justicia nos presenta un dilema fundamental: ¿cómo diferenciar el bien del mal si no se nos esclarece ningún particular determinante de uno u otro? Me gustaría decir que pregunto, pero siquiera me entero que realmente haga una pregunta.

Redacto al vacío, hace rato me enteré, podría seguir así por horas, eventualmente lo hago, si las circunstancias lo ameritan. Hoy, sin embargo, no. No obstante, no veo nada malo en realizar un planteamiento, marginal a esto pero conexo por otros lares aún no descritos: el miedo pareciera querer forzar nuestro destino. No soy de los que teme, ya no, no más de lo necesario para mantener el orden. Aprendí a no actuar guiado por el miedo, que el miedo es de los peores consejeros, pero aún no logro desprenderme de un instinto aún más primitivo: el de conservación. Las coerción, los deberes, las reglas, las expectativas, los señalamientos, los jurados, los jueces, nuestro discernimiento, ¡justicia para todos!, la lógica, la existencia, ahora parece que realmente sostenemos la balanza en manos, somos nosotros la justicia. Quizá no, quizá es sólo nuestra imaginación, que ver las cosas de atrás para adelante no es nunca igual que verlas al derecho. Empleamos todos estos medios, que no serán fines jamás, tan sólo para saber que podemos conservarnos, íntegros, o lo más cercano posible. Pero sabemos que podemos romper uno de lo eslabones, con todas las implicaciones que llevaría. Y aún sabiéndolo, decidimos hacerlo: eso, amigo(s) míos, es libertad. Y la liberdad, claro, es… ¡Justicia para todos! Bueno, al menos el principio.

RQR