«No hay nada más natural que el considerar todo como a partir de uno mismo, elegido como el centro del mundo, uno se encuentra por lo tanto, capaz de condenar el mundo sin siquiera querer oír su cháchara engañosa.»
Debord, La sociedad del espectáculo (1967)

 

Siempre hemos sido de buscar la parte más angosta de la vara para quebrarla. Quebrar es la palabra del año para mi, no romper, quebrar. Nos gusta sabernos, para bien o para mal, sabedores de cosas. Entre más cosas mejor, buenas o no, qué importa, en el fondo lo importante es tener la prueba del conocimiento adquirido. Decorando el muro.

La claridad la perdí leyendo al pródigo de Dánzig. Pero es ya historia, ahora quedó la piel seca levantada. Soy mi más férreo, inflexible, duro, agudo, crudo, cruel y claro crítico. Me enfrasco en situaciones para luego valorarlas, resolverlas o disolverlas. Lo mismo que todos, no aspiro a diferenciación descarada. Pero en este vaivén de sentimientos, favorables y no, tarde o temprano la diatriba llega. No gusto, por defecto, de dar cosas por sentadas. Ni por paradas. Un chistaco malo.

In dubio pro reo. In dubio pro operario. In dubio pro RQR. No soy insensible, conozco formas y modalidades, límites y limitaciones. Nunca olvidar qué somos, a quién nos debemos, por qué somos lo que decimos ser y por qué somos lo que efectivamente demostramos ser. Siempre recordar el pasado, aprender del pasado, visualizar el futuro, enfocar el hiper futuro. Enfoque es como óptica, solo que a esta última vamos por las gafas de reemplazo. Otro chistaco. Hoy ando hilarante. El enfoque es el espejo, me gusta pensar -aunque no lo diga- que vivimos la vida en tercera persona. Decidimos por nosotros desde la tangente, desde la muralla absoluta que representa la noción de nuestro yo. Nuestras decisiones las tomamos nosotros, pero conceptualizando lo que efectivamente deberíamos estar haciendo.

Por estos días, otra de mis palabras favoritas, ha sido emocional. El barullo público se mueve al son de sus emociones, no se sus razones. Esta es vieja, pero olvidada. Las emociones tienen algo único que no otros sentimientos que vengan a ilación ahora: son nobles, diáfanas, pero traicioneras. Nos mueven a ambos lados del péndulo, pero oscilan. No pueden ser claras o transparentes absolutas, no es su papel. Aclaramos esto con el enfoque, el espejo, viéndonos desde la barrera. Por eso insisto en ser duro, auto crítico. La compasión como manifestación de incordura está de moda. Y las modas son objeto de crítica y deseo. Porque perdemos, claro, el enfoque.

Es como cuando, viendo el retazo asimétrico, el corte transversal de costura, surge la idea. Respeto la asimetría más que la simetría solo cuando la primera rebasa en esencia el sentir de la segunda, lo asimétrico llevado a lo bello mueve los hilos adecuados. Lo usual. Pero retomemos, la emoción, vil o noble sentimiento de desgano o gano. Es intermitente, la naturaleza lo es, y la emoción no escapa, es como una cláusula que indica todo lo que debería contener un concepto, pero varía dicho contenido en función de otra cláusula, más compleja y maravillosa. La emoción es traicionera, casi tanto como la culpa, la culpa del tratado hecho realidad. Los segundos son lentos cuando el objetivo es que sean lentos. La emoción, sin embargo, nos hace humanos.

Los dominios perjudican al doble de los que benefician, como tantas otras cosas. El perjuicio para nosotros es el punto de fuga. No es digno de correr, correr es de débiles, y -ya lo dijo Coen- este no es país para débiles. La debilidad nos hace humanos, tal como las emociones, es una de tantas.

Hay que saber, señoras y señores, detenerse. Aún al criticarse. Poder o no define el futuro.

RQR