Decía Vito, el Vito por antonomasía (Corleone, si aún así no le llega), que la mejor forma de alcanzar lo que se deseaba era haciendo una oferta que no se pudiera resistir. Vito, trayendo a presente fragmentos de la lectura pretérita de Puzo, era ese tipo de hombres del que todo hombre o mujer debería aprender algo. Dejando de lado su altísimo cargo en LCN, claro. No era la persona insigne al momento de decidir, claro, tenía a cuestas un imperio, pero guardaba una filosofía increíblemente sencilla y acertiva para tratar con las personas: hacía favores, pero no los olvidaba, tarde o temprano había que pagar los favores; y era buen negociante, conocía que las  personas tenían siempre un lado por el que se podía negociar. Sin importar la persona.

Por algún extraño motivo, de esos que ya dejé de buscar justificación, siempre me llamó la atención, sobremanera,  el punto máximo en el que una persona estaría dispuesta a lacerar su propio dogma en pro de su más fuerte anhelo. En el fondo, por muy racionales que parezcamos o nos queramos hacer ver, más o menos todos nos condicionamos a lo mismo. Ya se explicará.

Todo comienza con el análisis. Análisis situacional, básico, sencillo pero franco. La gente tampoco es que lo oculte, ¿Por qué ocultar lo que más deseamos? ¿por qué dejar que lo que llamamos platónico se mantenga al margen de toda nuestra vida? después de todo, la imposibilidad de ejecución legítima lo disparatado de cualquier postulado. Damos señas, más que señas direcciones. Pero no con toda la franqueza. Hay cuestiones que, por más francos que seamos, se deben mantener en silencio. Hasta que sea adecuado, si lo llega a ser, sino morir con ello o confesarlo al cura (que esto último, por otro lado, me parece algo triste).

En el mundo de las opciones nos gusta sabernos dueños y dadores. Nos gusta creer que lo tenemos todo bajo control, que sabemos lo qué hacemos y por qué lo hacemos. La ruta del traje, la ruta normal, el camino de las ratas, en fin. Se sabe, ni siquiera tenemos que preocuparnos mucho, ya nos trazaron el camino. Tenemos el boceto de dirección, luego solo falta que nosotros lo tomemos o no. Porque, claro, no para todos resulta igual de fácil.

Y así pasan muchos su vida, sin pena ni gloria, sabiendo que existen reglas, reglas que no han de ser rotas porque de serlo se rompería el equilibrio. Y romper este equilibrio, es la cosa más peligrosa del mundo.

En trazos generales, y no es cosa nueva esto, la gente se quiebra más o menos siempre por la tres mismas cosas:

i. Sexo
ii. Poder
iii. Dinero

La añoranza de i. pareciera la tónica diaria de una sociedad incitante, violenta. El deseo de ii. es cosa un tanto más compleja, se puede incluso dividir entre clases de ii. No es lo mismo económico que político, uno tira más a un lado de la balanza que otro. O vaya uno a saber qué otros tipos de delirios. Y iii. el mal necesario que fortalece día a día la sociedad de consumo, el combustible de nuestro capitalismo, el sumo propósito.

Si en la vida de cualquier cristiano hijo del vecino salido de cualquier autobús se cruza cualquiera de estos en forma tal que le incline a uno u otro lado de la balanza estaremos en presencia de una voluntad más quebrada. Debería acá, como nos dice Cela, privar la letanía de nuestra señora, coraza que nos preserva del pecado, pero en tiempos modernos no lo hace. Da por bien el hado que los tres anteriores no son precisamente de dominio general estandarizado (salvo el primero, claro, pero no siempre como herramienta de poder sobre otro), pero a medias por bien porque esa misma imposibilidad de acceso es la que nos quiebra antes que llegue la opción, para al momento de tenerla irnos de manos (mira mamá, sin manos). Dictan la cadena de mando que cualquiera de arriba se compra con alguno que esté abajo y nos deja bien parados, pero cualquiera de abajo que se compre alguno de arriba nos termina arruinando. Cuidado, por aquello.

Nuestra misma naturaleza nos hace buenos identificando bien respecto a mal. Pero, desdichadamente, la mayoría no se quiebra por cosas buenas. Ahí se los dejo.

Kein Mitleid Für Die Mehrheit. No sientas lástima por la mayoría.